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sábado, 11 de octubre de 2014

LA LEYENDA DE LA PINTURA

Michel Tournier, en el relato La leyenda de la pintura (Medianoche de amor, Afaguara, 2002, Madrid) escribe:


                          “….Y como yo no me expreso bien más que como narrador, le conté una parábola del sabio derviche Algazel, más concretamente llamado Rhazali o Ghazali, arreglada un poco a mi manera, como es lícito hacerlo en la tradición oral.
                          Érase una vez un califa de Bagdag que quería hacer decorar las paredes del salón de honor de su palacio. Hizo venir a dos artistas, uno de oriente y otro de Occidente. El primero era un célebre pintor chino que nunca había dejado su provincia. El segundo, griego, había visitado todas las naciones, y aparentemente hablaba todos los idiomas. No era tan sólo un pintor. Estaba igualmente versado en astronomía, física, química y arquitectura. El califa les explicó su intención y confió a cada uno una de las paredes del salón de honor.
                          -Cuando hayáis terminado –dijo- se reunirá la corte en gran pompa. Examinará y comparará vuestras obras, y la que sea considerada la más bella le valdrá a su autor una enorme recompensa.
                          Después, volviéndose hacia el griego, le preguntó cuanto tiempo necesitaría para terminar el fresco. Y misteriosamente, el griego respondió: <<Cuando mi cofrade chino haya terminado, yo habré terminado.>> Entonces el califa interrogó al chino, que pidió un plazo de tres meses.
                          -Bien –dijo el califa-. Haré dividir la habitación en dos con una cortina a fin de que no os molestéis mutuamente, y volveremos a vernos dentro de tres meses.
                          Pasaron los tres meses y el califa convocó a ambos pintores. Se volvió hacia el griego y le preguntó: <<¿Has terminado?>>. Y, misteriosamente, el griego respondió: <<Si mi cofrade chino ha terminado, yo he terminado.>> Entonces el califa interrogó a su vez al chino, que respondió: <<He terminado.>>
                          La corte se reunió dos días después y se dirigió en pleno hacia el salón de honor con el fin de juzgar y comparar ambas obras. Era un magnífico cortejo en el que se veían vestidos bordados, penachos de plumas, joyas de oro, armas cinceladas. Todo el mundo se reunió primero al lado de la pared pintada por el chino. Qué grito de admiración. El fresco presentaba un jardín de sueño plantado con árboles en flor, con pequeños lagos en forma de alubia cruzados por graciosas pasarelas. Una visión paradisíaca de la que los ojos no se cansaban nunca. Era tan grande el encantamiento que algunos querían que se declarase al chino vencedor del concurso, sin siquiera echarle un vistazo a la obra del griego.
                          Pero enseguida el califa ordenó correr la cortina que separaba la habitación en dos, y la multitud se volvió. La multitud se volvió y dejo escapar una exclamación de maravillado estupor.
                          ¿Qué había hecho el griego, pues? No había pintado nada en absoluto. Se había contentado con colocar un amplio espejo que empezaba en el suelo y subía hasta el techo. Y por supuesto aquel espejo reflejaba el jardín del chino hasta en sus mínimos detalles. Pero entonces os preguntaréis, en que era más bella y emotiva que su modelo aquella imagen? Pues en que el jardín del chino estaba desierto y vacío de habitantes, mientras que en el jardín del griego se veía una magnifica multitud con vestidos bordados, penachos de plumas, joyas de oro y armas cinceladas. Y toda aquella gente se movía, gesticulaba y se reconocía con regocijo.
                          Por unanimidad, el griego fue declarado vencedor del concurso.”