
10x10 la gira del caballero, imagen que utilizaba Georges Perec para explicar las habitaciones de un edificio de apartamentos de Paris descrito en su libro "La vida instrcciones de uso"
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En México, todas las plataformas fueron situadas y conformadas con una gran sensibilidad hacia el entorno natural y siempre con una profunda idea de fondo. De ellas irradia una gran fuerza. Bajo tus pies sientes la misma sensación de firmeza que cuando estás sobre una gran roca.“
“Todavía hoy puede experimentarse esta maravillosa variación de sensaciones que se produce al pasar de la tupida jungla cerrada al vasto espacio abierto de la cima de la plataforma. Se trata de una sensación similar a la que se produce en Escandinavia cuando, tras semanas de lluvia, nubes y oscuridad, de repente se despeja y el sol aparece de nuevo.
Sin olvidamos de la Acrópolis de Atenas y de Oriente Próximo, numerosas y maravillosas plataformas de diferentes tipos en la India y en Oriente constituyen la espina dorsal de composiciones arquitectónicas, todas ellas basadas en un gran concepto.”
“Algunos de mis proyectos recientes se basan en este elemento arquitectónico: la plataforma. Además de su fuerza arquitectónica, la plataforma ofrece una buena respuesta a los problemas actuales de tráfico. La simple idea de que los coches puedan pasar por debajo de una superficie reservada al peatón puede desarrollarse de muchas maneras.
La mayor parte de nuestras hermosas plazas europeas sufren por culpa de los coches. Los edificios, que anteriormente "hablaban entre sí" a través de una plaza, ya fuera en sistemas axiales o en composiciones equilibradas, ya no pueden hacerlo a causa del flujo de tráfico. La altura de los coches, la velocidad a la que circulan y su comportamiento sorprendentemente ruidoso hacen que nos alejemos de las plazas, que solían ser lugares tranquilos para pasear."
Extracto del libro Jorn Utzon "conversaciones y otros escritos" Moisés Puente (ed) GG
ESTRELLA DE DIEGO 15/05/2010 babelia
El otro día comentaba un medio británico la decepción que experimentaban los visitantes del pabellón inglés para la expo de Shanghai, diseñado por el joven artista y arquitecto de ultra moda Thomas Heatherwick, conocido por su uso inesperado de materiales y soluciones de ingeniería audaces para esculturas y edificios públicos. La decepción venía porque después de esperar horas al sol para ver algunos de los muchos logros del arte o la cultura inglesa, se daban de bruces con el más absoluto vacío: allí no había nada, ni siquiera una película proyectada. El edificio, como por otro lado ocurre a menudo en las "expos", era la esencia del espectáculo, la obra a exponer en sí misma.
Aunque en este caso concreto el vacío es sólo aparente, dado que el edificio, con forma de flor, un diente de dragón gigantesco, guarda en todas y cada una de las miles de púas que configuran su estructura simientes de los famosos Kew Gardens de Londres, símbolo de las tradiciones botánicas que configuran una cultura desde siempre preocupada por unas relaciones intensas y sofisticadas con la naturaleza. Esta Catedral de las simientes -como se ha llamado al pabellón- tiene además una función social que habla de futuro y que va más allá del simple espectáculo: cuando el evento termine, las simientes serán, parece, donadas a diferentes escuelas por toda China creando un vínculo que va más allá del mero consumo cultural que implican las "expos". Pero claro, vaya usted a contar la maravillosa iniciativa a los que han estado cinco horas al sol para ver algo...
Sea como fuere, es posible que el problema no resida en la propuesta, ajustada al antiguo espíritu de las exposiciones universales y su tradición, mostrar las preocupaciones y las innovaciones de cada época, sino en lo absurdo de dichas "expos" que se han ido convirtiendo en una especie de reiterada muestra de arte contemporáneo, lo que supone ahora, con demasiada frecuencia, garantía de banalización, acumulaciones de imágenes sin ton ni son, para pasar el rato. Consumo cultural, se advertía. No es de extrañar, dado que la tradición de las exposiciones universales no tiene ya razón de ser. Tenían sentido cuando casi todo, y sobre todo la información, escaseaba. Ahora que nos sobra bastante de mucho las "expos" no dan a conocer maquinaria o inventos, sino que optan por el éxito asegurado en la industria cultural: arte, diseño.
Bueno, sobra de todo menos los visitantes en Shanghai, dicen, que andan escasos, cosa de la cual, con perdón, me alegro, porque tal vez quiere decir que el público se va dando cuenta de lo absurdo de viajar hasta una ciudad para tener el mundo a la mano en un día, en un paseo, como ocurría con la expo colonial de París de 1931 que tanto odiaron los surrealistas. Eso sí, dicen que las ventas en Shanghai van viento en popa..., y de eso se trata, ¿no?
Me pongo a pensar un momento en el bello malentendido del pabellón inglés y en cómo en este mundo absurdo que vivimos es más sencillo comprar que recibir regalos, la ceremonia del don que el maestro de Levy Strauss, Marcel Mauss, comentaba en un libro mítico, publicado por vez primera en 1925, y reeditado en castellano: Ensayo sobre el don: forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas (Katz editores). Tres son las fases en dicha ceremonia: regalar, aceptar y devolver. ¿Se han preguntado alguna vez por qué siempre que nos hacen un regalo nos vemos en la necesidad de hacer otro regalo igual o mejor? Tal vez por eso a muchos les gusta más comprar y por eso no se ha entendido el pabellón inglés. Tal vez.
Publicado originalmente en 1925, Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas (Katz), de Marcel Mauss (1872-1950), ahora afortunadamente de nuevo disponible en castellano, necesitó un cuarto de siglo para despertar la atención crítica internacional gracias a la apología que le dedicó Claude Lévi-Strauss. Entremedias, es cierto que, en 1933, el tampoco entonces demasiado conocido y apreciado Georges Bataille usó a su propia manera el concepto de "don" de Mauss, como lo señala Fernando Giobellina, responsable de la edición en nuestra lengua que ahora comentamos, pero ha sido, en efecto, durante la segunda mitad del siglo XX cuando el pensamiento de este gran antropólogo francés alcanzó la proyección que merecía. Mediante una simplificación extrema, podemos sintetizar el concepto de "don", según Mauss, como el "sistema de prestaciones sociales" que articula la comunidad humana en su fase inicial, por el cual alguien -un clan, fratría o tribu- entrega a otro lo mejor que tiene en la confianza de que le será devuelto con creces. En el actual sistema de regalos y en algunas de nuestras celebraciones dispendiosas, en las que "se tira la casa por la ventana", resuena todavía algún eco de esta costumbre arcaica fundacional, cada vez más arrinconada por un mundo dominado por el intercambio de tasadas mercancías, donde a casi nadie se le ocurre mover un dedo sin mediar un interés.
En cualquier caso, al margen de la importancia para la etnología y la sociología de la investigación sobre el don en las sociedades primitivas, tal y como la planteó Mauss, no cuesta sacar consecuencias filosóficas, morales y políticas de la cuestión. El propio Mauss, un socialista militante embebido en las fuentes del utopismo francés del XIX, contrapone este mundo arcaico de las tácitas contraprestaciones a las de los intercambios mercantiles que se han impuesto en nuestra era contemporánea. En este sentido, el despilfarro generoso primero habría sido decisivo para aglutinar una comunidad, que ahora deshace el cálculo interesado, donde las personas se transforman en individuos y éstos dan paradójicamente todo de sí sólo para consumir; es decir: consumirse en el completo abandono.
Etimológicamente, "don" procede del latino "donum" y éste del verbo "dare", que significa "dar", como "regalo" lo hace del francés "régaler", "agasajar", y éste, a su vez, del germánico "galer", "festejar". La generosidad del "dar" o "darse" implica emplazarse en una perspectiva superior, aunque el gesto hoy no se comprenda o se corresponda. Quizá el prestigio social del arte en nuestra época proceda por haber sido sus oficiantes unos de los más conspicuos representantes de esta actitud en trance de desaparición, sobre todo, cuando buscaban dar todo de sí sin otro premio que el del reconocimiento gratuito de la posteridad y así seguir manteniéndose vivos; esto es: en una interminable conversación con quienes no les era posible intimar directamente. Pero esta ambición por dar ha sido transformada en una inversión material a corto plazo y en un modo más de explotación para sacar el máximo de provecho. De esta manera, el creativo ocio del arte se ha convertido en un mecánico negocio, que no sólo desvirtúa la singular euforia del don, sino que convierte el arte en una vulgaridad, no sabemos hasta qué punto o hasta cuándo rentable, porque el placer de vivir una vida regalada no puede tener un precio.
Francisco Calvo Serraller · babelia 957